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Los 33 mineros: una buena noticia, por fin…

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La odisea de los mineros de Chile lleva el optimismo a una región acostumbrada a recibir tragedias

VERÓNICA CALDERÓN | Madrid 13/10/2010| El Pais.com

TRABAJO La odisea de 33 mineros atrapados en una mina al norte de Chile es una noticia inesperada para una región acostumbrada a las malas noticias. Su historia amenazaba con convertirse en "una tragedia más en América Latina", opina el escritor mexicano Jorge Volpi. "El desarrollo de los acontecimientos, que asemejaron una película de suspense, es muy alentador", afirma.

      "Lo que más me sorprendió es ver emocionada a gente que habitualmente no se emociona. Aún no se sabía si saldrían y había conciencia de que esto se podía convertir en una agonía espantosa, pero fue una noticia impactante", recuerda la periodista Leila Guerriero, que estaba en Chile el pasado 22 de agosto, el día del anuncio de que los 33 mineros estaban vivos. Guerriero, sin embargo, afirma que el carácter excepcional del suceso trasciende fronteras. "Si esto hubiera ocurrido en Tailandia, el impacto habría sido igual".

      Pero el caso es que ocurrió en América Latina. El editor y mexicano Ricardo Cayuela opina que "Chile ha dado una lección". Cayuela destaca la decisión del Gobierno chileno de mantener abiertas las operaciones de rescate: "Un ejercicio de libertad de expresión".

      "En medio de tantas noticias tristes, muchos latinoamericanos que se encuentran en la misma situación que los chilenos encuentran esperanza", afirma Volpi. Basta con ver las portadas de este miércoles de los diarios de Chile en particular y Latinoamérica en general. "Evidentemente, no se pueden prever los derrumbes, pero el asunto llama la atención a las condiciones de vida y trabajo en tantos lugares de América Latina", explica. Guerriero coincide en que la precariedad en las minas latinoamericanas es "uno de los temas de los que menos se habla en este momento". El periodista argentino Darío Gallo recalca que "el gran triunfo después de ‘los 33’ es que las condiciones en que se explotan las minas y las de sus trabajadores desaparezcan gracias a una legislación más adecuada".

      Todos los ojos en Chile

      Cerca de 1.500 periodistas, más de los que cubrieron el terremoto de febrero de este año, se encuentran al pie de la mina. El periodista y analista colombiano Daniel Samper Ospina replicó con dureza a través de su Twitter: "Esto es un reality. No sensibiliza a nadie. Ya verás que nadie sale a protestar por Marmato en Colombia, por ejemplo". Marmato es un pueblo minero con ricos yacimientos de oro, que sin embargo, ha sido víctima de la minería ilegal. El diario argentino La Nación subraya que el rescate "ya se convirtió en un reality show". En Copiapó hay 1.500 periodistas cubriendo las operaciones de rescate de los mineros. Más medios que los que hubo cuando un terremoto sacudió a Chile el pasado 27 de febrero. "Creo que siempre es saludable que haya ‘más medios’ a ‘menos medios’. Y el envío de equipos a Copiapó no responde a una coincidencia global de perversos editores periodísticos, sino a un interés generalizado por la historia increíble de este grupo de hombres", subraya el periodista argentino Darío Gallo.

      Un 79% de los chilenos opina que los medios han aprovechado la imagen de los mineros, según una encuesta de la Universidad Central de Chile, y los familiares han expresado temor a que la sobre exposición mediática pudiera dañar psicológicamente a los trabajadores una vez que se encuentren en la superficie, recuerda el Centro Knight para el Periodismo en las Américas de la Universidad de Texas. Cayuela asegura, no obstante, que el mayor peligro yace en el efecto que la excesiva atención puede tener sobre los mineros. "Entraron como personas en una situación extremadamente complicada y ahora son estrellas de los medios de comunicación", asevera.

      El recuerdo amargo de Pasta de Conchos

      La historia de los mineros de San José resultó agridulce para el periodista mexicano Diego Enrique Osorno, que cubrió la tragedia ocurrida en la mina de Pasta de Conchos (Coahuila, norte de México), donde 65 mineros murieron en febrero de 2006 tras quedar atrapados a causa de una explosión.

      "Aquí nunca hubo esa sensibilidad. Cuando miro las imágenes de [el presidente chileno Sebastián] Piñera, recuerdo que [el entonces mandatario mexicano] Vicente Fox ni siquiera visitó la mina. El Gobierno hizo un aparente esfuerzo para rescatarlos, pero duró solamente unos días", relata. Osorno recuerda que la falta de sensibilidad llegó a tal nivel que el propio ministro de Trabajo a cargo de la emergencia, Francisco Javier Salazar, justificó el accidente argumentando que los mineros "bajaban borrachos o drogados" a trabajar.

      Las viudas de los trabajadores no han dejado de pedir al Gobierno que reanude el rescate, por lo menos para sepultar a sus maridos, y hasta ahora solo se han topado con negativas. El obispo de Saltillo (la capital del Estado donde ocurrió el desastre), Raúl Vera, afirmó en una entrevista radiofónica que si hallan juntos a los mineros de Pasta de Conchos "se confirmaría que también estaban vivos y que esperaban un rescate".

      “Que esto nunca más vuelva a ocurrir”

      Cinco minutos antes de las 22 salió el último de los 33 mineros atrapados. Fue el final de una jornada que llevó 22 horas y media para un rescate histórico y único en el mundo.

      Por Emilio Ruchansky, Página/12

      Desde Copiapó

      altImagen: EFE.

      Al salir el sol, con las fogatas apagadas pero humeantes y las botellas de pisco vacías en la Campamento Esperanza, los rescatistas seguían sobre el cerro sacando mineros atrapados. Ayer, durante todo el día se oyeron gritos, sirenas y aplausos cada 45 minutos. Cerca de las carpas de los familiares, cientos de periodistas se amontonaban para trasmitir en vivo las últimas angustias. “No me da la voz, perdónenme”, suplicaba la hermana de Franklin Lobos, rodeada de periodistas. El ex futbolista de Cobresal fue el número 27 en salir, a las 19.30. Los tiempos se aceleraron tanto que los mineros fueron sacados en 22 horas y media, cuando se había calculado el doble de tiempo. El último, Luis Urzúa (el líder del grupo y jefe del turno que trabajaba aquel 5 de agosto), emergió a las 21.55 y se convirtió en el ser humano que más tiempo permaneció bajo la superficie terrestre. “Le sirvo (entrego) el turno”, le dijo simbólicamente al ministro de Minería. “Y que esto no se vuelva a repetir”, agregó ya sin simbolismos.

      A la madrugada, desde el hospital regional de Copiapó, el tercero en salir, Juan Illanes, habló con una voluntaria. Primero le agradeció por haber convencido a su mujer Carmen Baeza de que no se quedara en el Campamento Esperanza y volviera a Chillán hasta que ocurriera el rescate. Luego le contó que había llegado al hospital a las 8, seis horas después del rescate. “Me dijo que todavía se sentía dentro de la mina, que había cambiado el trabajo de minero por el de albañil, porque ahora estaba rodeado de paredes de ladrillo y cemento. Quería irse, pero le dijeron que debía permanecer 48 horas más adentro”, contó a Página/12 la voluntaria, que está desde mediados de agosto en el Campamento Esperanza.

      Illanes estuvo confinado en el sur chileno en los preparativos por el posible conflicto con Argentina en 1978 y del otro lado del teléfono, la voluntaria, entre sus propias lágrimas, escuchó que el hombre le decía que estaba tranquilo y a la vez sorprendido por la comitiva que lo esperaba afuera: el presidente Sebastián Piñera, su esposa Cecilia Morel, el jefe de los rescatistas Andrés Sougarret y el omnipresente ministro de Minería, Laurence Golborne, entre otros. “Lo único que quiere es irse para Chillán con su familia y tratar de digerir todo lo que le pasó”, agregó la voluntaria, mientras ofrecía el menú del día traído de la ciudad de Caldera: filet de merluza con arroz y ensalada de tomate y cebolla.

      Promediaba el mediodía y las familias de los mineros se mezclaban en las pocas carpas con televisores plasmas o alrededor de las pantallas que colgaron algunos móviles de televisión. Cada rescate era festejado por ellos como propio. A todos los titanes se les cantó “el ceacheí”, que tanto le cantan a la selección: “¡Chichi-chi! ¡lele-le!” Una vez izado, cada minero saludaba a su familia, al presidente, a los ministros y a algunos rescatistas. Luego era llevado en camilla al hospital de campaña para los primeros controles. De allí, finalmente, era trasladado en helicóptero al hospital de Copiapó para un chequeo general de 48 horas.

      En tanto, para escapar del asedio mediático, Susana Valenzuela, la mujer actual de Yonni Barrios, cuya esposa merodeó la mina un mes atrás aunque ambos están separados hace veinte años, se escondió en la despensa. Allí, vestida con una camisa de rombos celestes y negros, y muy maquillada, se largó a llorar al lado de una de las cocineras.

      A pocos metros, dentro del comedor, Jorge Bastías luchaba contra un pedazo frío de pescada (como le dicen acá a la merluza). Vestido con su uniforme azul de la Armada, hablaba maravillas de dos de los personajes que estaban bajo tierra en ese momento y no son mineros: Patricio Roblero y Roberto Ríos. “Son especialistas en medicina prehospitalaria o de combate, en lugares hostiles como éste. Te matan con un meñique. Se van a quedar todo el tiempo abajo, o sea, las 24 horas que dure el rescate. No se turnan cada 12 horas como los especialistas de Codelco”, dijo sobre sus compañeros.

      Roblero fue como voluntario a Irak durante dos años, contó Bastías, preocupado porque sus hombres dejen la fuerza, ya que pronto, dijo, “serán tratados como héroes”. “Yo charlé bastante con ellos para que tengan conciencia de la sobreexposición. Si me han llamado desde medios de Copiapó hasta la BBC para entrevistarlos. Usted sabe: dicen que todo hombre tiene su precio. Yo trato de orientarlos para que no vayan a agarrar otro trabajo.” “¿Cobran bien?”, preguntó este cronista. La respuesta fue otro dicho: “Pan duro pero seguro. O sea, tienen que entender que cuando se les pase la fama por ahí también se les pasa cualquier nuevo trabajo en algún reality como Pelotón (un reality de supervivencia muy popular en Chile)”.

      En el medio del campamento, bajo un sol que empequeñece y apoyados sobre la valla, aparecieron dos monjes vestidos de marrón caqui. Parecían una alucinación del desierto. Un carabinero pasó y les preguntó. “¿Y a ustedes cómo les digo? ¿Padre o hermano?”. “Hermano”, le dijo Nicolás. “Y yo que tengo tantos hermanos”, les respondió el carabinero. Ellos se rieron. “Bueno, dos más que le hace”, dijo Eduardo. Ambos son de La Plata, de la congregación Gran Río, pero hace dos años fueron enviados a Los Loros, a 40 kilómetros de Copiapó. Recorren casas, hospitales y escuelas y en otro pueblo, Tierra Amarilla, conocieron a dos mineros atrapados: Carlos Barrios y Víctor Zamora.

      “Si estuvimos en las buenas con ellos y su familia, cómo no íbamos a estar en las malas”, comentó Nicolás, que suele rezar con los familiares. Según él, en el norte de Chile, como en el de Argentina, hay un fenómeno de “religiosidad popular”, fusión de cultura y religión de la que salen la Virgen de la Candelaria y San Lorenzo, patrono de los mineros, cuyo nombre fue utilizado para bautizar la operación de rescate. Eduardo admitió que es difícil entrar al hospital regional de Copiapó, aunque se lo notó conforme con entrar a la mina San José. ¿Y cómo hicieron para pasar los tres controles de los carabineros? “Y… tuvimos que chapear bastante”, dijo Eduardo.

      De todas las personas y personajes que pasaron por este campamento, el más intrigante, por lo silencioso, fue el fiscal de Atacama, Héctor Mella. Su trabajo consistió en confirmar la identidad de cada rescatado y verificar su salud para dar cierre a una investigación que se frustrará. “En principio se denunció una presunta desgracia (la muerte de los mineros)”, dijo al canal oficial. Sin embargo, otra investigación se abrirá pronto para juzgar las responsabilidades del Estado chileno y de los dueños de la minera San Esteban, Alejandro Bohn y Marcelo Kemeny, a quienes el gobierno también denunciará para poder aplacar los gastos del rescate, calculado, extraoficialmente, en casi 22 millones de dólares, sin contar los gastos de mantenimiento del Campamento Esperanza.

      A las 21.55 se oyó un extenso aplauso. Habían sacado a quien la NASA, de activa participación en el rescate, consideró como el “líder natural” de los mineros atrapados: Luis Urzúa, de 54 años, el jefe de turno. Doscientos fotógrafos y camarógrafos, compitiendo por la altura con sillas y escaleras, tomaron esta última escena, la más fuerte del día. Rodearon a 20 familiares que miraban el final del rescate en la proyección del canal local sobre una pared del comedor. “¡Vamooos, vaaaamos mineros, que esta noche lo vamos a lograr!”, corearon todos juntos. El rescate era historia.

      Urzúa salió, sin lágrimas en los ojos. Su padre estaba afiliado al Partido Comunista y fue desaparecido por la dictadura de Augusto Pinochet cuando él era un niño. Su madre al menos pudo enterrar al padrastro de Urzúa, Benito Tapia, asesinado por los militares. Era del Partido Socialista. “Desde chico fue el hombre de la casa, se hizo cargo de sus cinco hermanos”, contó hace poco ella. El jefe de turno caminó dos pasos y enseguida le salió al cruce, con los brazos tendidos, el presidente Sebastián Piñera, el mismo que pide perdonar los crímenes que marcaron la vida de Urzúa y aún insiste en “dejar el pasado en el pasado”.

      Página/12

      Written by Eduardo Aquevedo

      14 octubre, 2010 a 22:44

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